Traducido con autorización de la autora por Judith Abelenda y Vanessa Casals-Hierro, Uutchi&Moa, España
Evitando el hábito del “¡Muy Bien!”
“¡Muy bien!” es una frase que se usa con frecuencia en las sesiones de tratamiento con niños autistas.
¿Qué mensaje recibe el niño al escuchar “¡Muy bien!”? Esperamos que escuchen nuestro interés,
ánimo, y aprobación. Sin embargo, cuando “¡Muy bien!” se transforma en un hábito, ¿sigue teniendo
éxito en transmitir ese mensaje? ¿O, señala simplemente que el adulto está en control, con objetivos
específicos en mente, y que dirige al niño hacia esos comportamientos independientemente de su
intención? ¿Es posible que los frecuentes “¡Muy bien!” socaven la iniciativa, la creatividad y el
aprendizaje global de un niño? ¿Interfiere con una participación más robusta?
El uso del “¡muy bien!” en un abordaje conductual vs en un abordaje evolutivo
En un estilo conductual de enseñanza, se le dan instrucciones a un niño y luego se le proporciona una
recompensa verbal como “¡Muy bien!” por haber seguido una instrucción específica. El adulto es
claramente la autoridad y dirige el aprendizaje del niño. Un enfoque conductual se basa en la idea de
que un niño con necesidades especiales necesita dirección y recompensas específicas por parte del
adulto para aprender.
Por el contrario, en un marco evolutivo, el adulto busca formar una relación cálida y de confianza con
el niño y alienta en lugar de dirigir su aprendizaje. En este enfoque, el adulto coloca un alto valor en
los intereses y preferencias individuales de cada niño. El aprendizaje se lleva a cabo a través del juego
y de actividades semiestructuradas, con el objetivo no solo de lograr objetivos de aprendizaje
específicos, sino también de desarrollar capacidades evolutivas para la comunicación de dos vías y el
pensamiento reflexivo.
¿Es necesaria la enseñanza directa?
Los momentos de instrucción directa pueden ser útiles para enseñar una habilidad específica, pero
esto solo es necesario durante una pequeña fracción del día de un niño. Esta enseñanza será exitosa
si se realiza en el contexto de una relación cálida entre adulto y niño, y cuando el niño ya tiene una
gran capacidad de atención compartida, reciprocidad e intencionalidad. Entonces, una serie de
intercambios afectivos, que culminan en un “¡Lo hiciste!” o “¡Tienes razón!” genuino y aprobador,
puede proporcionar un feedback valioso, reconocer el éxito, y reflejar el orgullo en el logro.
¿Puede hacer daño decir: “¡Muy bien!”?
Alfie Kohn, en su libro emblemático, Punished by Rewards *, documenta una extensa investigación
que muestra las consecuencias negativas no intencionadas del uso de elogios y recompensas para
influir en el comportamiento. Sobre la base de esos hallazgos, aquí hay 10 razones para evitar el hábito
del “¡Muy bien!” y 12 alternativas para enriquecer tus Interacciones
* Kohn, Alfie. (1993/1999/2018). Punished by rewards: The trouble with gold stars, incentive plans, A’s, praise, and other bribes. Boston, MA: Houghton Mifflin.
10 razones para NO decir “¡Muy bien!”
1. “¡Muy bien!” tiene un escaso significado emocional y restringe la complejidad de la interacción
posible. El niño puede desconectarse ante el “¡Muy bien!” igual que ante el ruido de fondo, o tal
vez se sienta molesto y se dé la vuelta.
2. “¡Muy bien!” juzga acciones específicas y desalienta la iniciativa, la creatividad y la
experimentación del niño.
3. “¡Muy bien!” valora una acción, ya sea intencionada o no, de tal manera que el niño no tiene
tiempo para evaluar la propia acción y su resultado por él mismo, ni de formar conceptos que
pueda aplicar en otras situaciones.
4. “¡Muy bien!” crea una relación de dominio y control, en lugar de una relación con placer
compartido, reciprocidad, un flujo natural de comunicación y corregulación. El niño puede
sentirse resentido cuando se ignoran sus intereses, elecciones y sentimientos.
5. El niño puede esperar pasivamente las instrucciones y luego apresurarse a llevarlas a cabo en
anticipación del “¡Muy bien!” y otras recompensas. Más adelante en la vida, puede ser vulnerable
a la coerción.
6. Después de escuchar “¡Muy bien!” el niño puede repetir las acciones elogiadas en lugar de
planificar y retarse a sí mismo a realizar un nuevo esfuerzo, perdiendo así la posibilidad de sentirse
orgulloso de lograr objetivos propios, tal vez más difíciles.
7. El “¡Muy bien!” ofrecido después de haber obedecido luego de comportarse de manera
desafiante, puede no abordar la razón subyacente de la angustia del niño. Sin una comprensión y
resolución más profundas, el problema original probablemente resurgirá en otro comportamiento
indeseable.
8. Algunos niños aprenden a manipular las interacciones para obtener respuestas más frecuentes de
“¡Muy bien!” o, alternativamente, aprender a frustrar o engañar a propósito al adulto.
9. Cuando el adulto dirige las acciones del niño con “¡Muy bien!”, el niño no logra desarrollar la
capacidad para resolver problemas en colaboración, entender la perspectiva de los demás y
considerar las experiencias de los demás con empatía.
10. Cuando se lo dirige constantemente, un niño puede no desarrollar un verdadero sentido de su
propia identidad, deseos, intereses y necesidades. Como adultos, pueden carecer de la capacidad
de abogar por sí mismos.
12 cosas que decir (y hacer) en lugar de decir “¡Muy bien!”
1. ¡No digas nada! Únete al juego del niño con tus acciones, expandiendo su actividad construyendo
sobre sus intereses.
2. Ofrece una variedad de diferentes expresiones y gestos emocionales que aclaran y profundizan el
significado para el niño y crean una experiencia afectiva compartida: sorpresa (¡Ayyy!), frustración
(¡Grr!), decepción (¡Oh..!), deleite (¡Yuhuuuu!), tristeza (Umm), confusión (¿Ehhhh?),
preocupación (oooohhh …), asco (¡Puajjj ¡), etc.
3. Haz comentarios y observaciones informativos: “¡Estás construyendo muy alto!” “¡Se cae otra
vez!”, “¡Golpeaste tan fuerte que la pelota se fue por encima de la valla” “¡Oh! Esa pelotita se
atascó “, “Estás trabajando muy duro para que eso se mantenga en pie”.
4. Usa sonidos y gestos para alentar al niño a mantener la concentración y el esfuerzo, “¡Empuja!”,
“¡Tu puedes hacerlo!” o para calmar a un niño sobreexcitado: respiración profunda y un calmante
“¡Oh! ¡Eso fue divertido!”
5. Ayúdalo a definir el significado de sus acciones: “Veo que estás sentado … eso me dice que estás
listo”. “Estás mirando la pelota, ¿eso significa que quieres jugar a pasarnos la pelota?”
6. Hazle notar los patrones: “¡El rey rojo siempre se queda con el premio!” “Cada vez que gano,
quieres cambiar las reglas.”
7. Haz preguntas usando gestos y palabras: ¿Dónde? ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Quién? ¿Ahora o después?
¿Cuál? ¿Cuán lejos? ¿Qué rápido? ¿Cuántos? ¿El grande o el pequeño? ¿Es eso lo que querías?
¿Es que lo que esperabas? ¿Te acuerdas…?
8. Ofrece tus propias ideas, perspectivas, opiniones y sentimientos: “Creo que …” “Me gusta …” “No
quiero …” “Eso me hace …” “Me preocupa que …” “¿Qué tal si …?”
9. Ofrece ayuda: “El azul que necesitas está allí”. “¿Quieres ayuda para ir más rápido?” “Puedes
pedirme ayuda para abrirlo si quieres”.
10. Explicita los problemas, pide ideas y brinda opciones: “Los dos quieren el mismo. ¿Me pregunto
qué sería lo más justo? “¿Deberíamos probar x o y?”
11. Sorpréndelo con elogios independientes de su desempeño: “Fue divertido jugar contigo”, “¡Tienes
buenas ideas!”
12. Expresa agradecimiento y aprecio sinceros: “Gracias por ayudar a limpiar”; “Gracias por esperarme.”
Al evitar el hábito del “¡Muy bien!” y participar en una interacción más rica, el niño ampliará sus
capacidades para pensar y comunicarse en niveles más complejos y el adulto y el niño disfrutarán de
una relación mutuamente gratificante.